14.4.10

Monotonía.

Después de aquello no hubo más libros en la mesa. María seguía llegando tarde, pero él ya no quería sexo de buenas noches. Ella se fumaba el cigarro de después de nada, sola en la cama, mientras le escuchaba teclear al otro lado de la pared.


Por las mañanas, se levantaba y hacía café. Ducha, beso en la frente al aún dormido Ismael, y sal corriendo que no llegas. Se quedaba a comer en la oficina porque no le apetecían más espaguetis con tomate, ni arroz con tomate, ni sándwich de atún con tomate.


Hoy está lloviendo y María ha salido un poco antes. Sonido de la puerta, tacones por el pasillo, ruido de cisterna. Una olla sucia en la pila, restos de tomate.


- ¡Ismaeeel! ¡Ya estoy en casaaa! He salido antes porque me daba pereza volver de noche y con lluvia… ¿vienes y cenamos viendo una peli?


Silencio. Los tacones de María se acercan a la puerta del estudio. Toc, toc y picaporte sin esperar respuesta. La pantalla del ordenador de Ismael muestra la opción de repetición de un vídeo de porno lésbico. Minimizado, minijuegos. Ismael está sentado en su silla de ruedas, tipo oficina, con la cabeza agachada y totalmente ausente. María gira con fuerza de zapato de tacón de aguja la silla y le levanta la cabeza. Leve sonrisa.


- Creo que es la primera vez en el último mes que tu cara apunta hacia mí y no hacia esa cosa. Debí pensarlo antes. Siempre te abdujeron las pantallas. Las de cine, las de los videojuegos, la del móvil, todas. Tanto que no has sido capaz de leer la nota del bote de tomate frito, que vacías incansable sobre cualquier cosa sólida. ¿Sabes? Tenía una nota que decía “si me quieres, no te lo tomes, y llámame”.


María ha salido de la habitación y ha cogido el teléfono. Llanto fingido.


- Ayúdenme, creo que mi marido está muerto.

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